jueves, 30 de abril de 2009

Zenon, el bibliotecario

Zenon, era un hombre mayor, rondaría los cincuenta años, tenía una larga barba blanca e iba vestido con su túnica púrpura, con sandalias, llevaba colgado al cuello en forma de pectoral una representación muy antigua de la diosa Astarté, con él viajaban muchos de sus criados y su nieto Hiram, en una nave rumbo a Gadir, apoyado en cubierta, en su mano derecha lucía un anillo de oro, con un sello también de la diosa, lo que acreditaba su categoría social, su origen, había embarcado en el puerto de Cartago, ese maravilloso puerto circular, con una isla en medio, era el puerto militar, pero una dignidad como Zenon y la importancia de la carga que transportaba justificaban su utilización, en otras circunstancias, toda la ciudad hubiera ido a despedirle, pero los tiempos habían cambiado, eran tiempos difíciles y la discreción era necesaria.

El barco en el que viajaban era una nave de carga, tenía de eslora, desde la proa hasta la popa, unos 8,10 metros, una manga de 2,25 y un puntal aproximado de 1,10, las cuadernas eran higuera, cosidas con fibra vegetal con las tracas de pino que forman el casco que están unidas por un sistema de espigas y se empleó una fibra vegetal para calafatear las juntas, era una nave tradicional, construida a la antigua, porque este viaje, había seguido unas instrucciones muy exactas, preparadas para la ocasión, sin excesos decorativos de otras naves, al contrario, pero todo lo que se había hecho era un ritual, tan calculado como cuando se hace una ceremonia religiosa o se prepara una batalla.

Las velas estaban extendidas y recogían el viento, el céfiro, el viento del sur, que hacía cortar el mar como una cuchilla, llevaban el sol a la espalda, estaba amaneciendo, pero los marineros y los criados ya estaban todos en sus puestos, en silencio, conscientes de la importancia de la misión para la cual habían sido elegidos.