lunes, 22 de junio de 2009

La misión

Hiram, hijo de Asdrúbal, nieto de Zenon de Cartago, era el elegido, y como tal tenía bajo su responsabilidad asegurar la repetición de esta ceremonia dentro del mil años, por lo que tenía que idear la manera de que sus conocimientos secretos fueran transmitidos en ininterrumpidamente, y cada vez que lo pensaba, se decía a sí mismo, que eso era imposible, que nadie podía soportar esa responsabilidad con la seguridad de cumplirla.

En los mil años que distaban desde la anterior ceremonia, que se había realizado en Tiro, el mundo había cambiado, pero el futuro que se veía iba a ser muy diferente, demasiado diferente.

Zenon le había contado cómo le habían transmitido sus antepasados su deber, de su origen real, descencientes de la reina Dido, también conocida como Elisa de Tiro, de cómo uno de los hijos de Dido y Sicarbas, también conocido como Siqueo, sacerdote del templo de Melkart, había adiestrado a su hijo, Belo, que tenía el mismo nombre de su abuelo, y que junto al resto del séquito, serían los primeros habitantes de Cartago y que serían los señores del mar, durante siglos, pero que como había anticipado Zenon, el fin de Cartago estaba cerca, marcharon a Gadir, para realizar la ceremonia en la que había participado y de la que era obligado transmisor.

También Zenon, le había contado cómo la anterior ceremonia a la de Tiro, se había hecho en Tebas, de como descendían de Mentuhotep II, y de cómo, entonces su dios se llamaba Amón, de cómo se llegó al poder sobre todo el mundo antiguo, una historia larga y compleja, que conocía desde niño.

viernes, 29 de mayo de 2009

El rito

El rito aparentemente no difería de otras ceremonias religiosas, pero en esta ocasión había que renovar la estabilidad del mundo, mediante una fórmula muy precisa que no se podía cambiar porque si no, las consecuencias serían terribles.

Zenon, junto Abdesmun y Azarbaal, los otros sacerdotes recorrerían el templo 22 veces por fuera, parándose en cada uno de los árboles que estaban asociados a cada letra del alfabeto, que a su vez estaban asociadas a los dioses y diosas del Panteón fenicio, detrás llevando unos cántaros con agua los discípulos, los sacerdotes con una rama de olivo, bendecían con agua y recitaban unas oraciones.

Miles de peregrinos habían venido a la ciudad en carretas o en barcas, y alrededor de una hoguera, en las playas, por las noches, cantaban y bailaban en honor de la diosa, mujeres y hombres disfrutaban de la fiesta, con vino, alucinógenos y sexo, ritos sagrados que hacían de las jornadas agotadoras, se dormía al raso, se levantaban más o menos temprano, se comía frugalmente y la fiesta continuaba.

En el interior del templo, guardado por otros sacerdortes jóvenes, se realizaron distintas bendiciones y solo Zenon seguido de Hiram bajaron hasta la cueva, origen del templo, lugar mágico, que hacía sentirse en un estado parecido a un viaje astral, en contacto con la naturaleza, con los sentidos agudizados, oyendo el rumor del tiempo, del agua, del viento, de la tierra, sintiendo el poder de la diosa.

Cuando Zenon pronunció las palabras secretas, fue como un estallido de luz, como entrar en trance, con los ojos abiertos, comprendiendo el pasado, el presente y el dolor del futuro, como una mezcla de extasis y dolor penetrante, una fuerte presión en la cabeza, pasando en segundos de la alegría a la tristeza, del dolor a la felicidad, así pasaron horas.

Cuando despertaron, si de despertar se puede hablar, Zenon estaba agotado, sentía que su final estaba cerca, e Hiram era consciente de lo que debía hacer el resto de su vida, también él parecía mucho mayor, aunque apenas era un chico cuando entró.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La travesía

Los marineros obedecían las órdenes del patrón, Muttinus, un viejo lobo de mar, el más experto, y pese al oleaje, pese al viento, el barco avanzaba, siguiendo su rumbo.

Los fenicios eran los herederos de una larga tradición de navegantes, conocedores de la navegación de altura, es decir, la navegación nocturna en mar abierto. Para este viaje la distancia serían unas 500 millas, unos siete días con sus noches navegando, algo normal para los marinos, pero que hacía a los demás ocupantes del barco estar en un estado de malestar constante, con las caras color ceniciento, sin hambre, casi sin moverse la mayor parte del tiempo.

Solo Zenon, aguantaba en perfecto estado, así que mantenía largas charlas con el capitán Muttinus, amigo suyo desde su primer viaje a Tiro, que realizó cuando era tan joven como su nieto, cuando Muttinus, no era más que aprendiz de piloto.

Intercambiaban palabras de experiencia, hablaban del mar, hablaban de la vida, de la situación actual, de los viajes de sus antepasados, a veces, muchas veces, permanecían horas en silencio, mirando el horizonte, sabiendo que el porvenir era corto y estaba cerca, también sabedores que llegar a sus años era un regalo de los dioses.

En un momento, retirado con su nieto, Zenon comenzó a contarle qué debían hacer al llegar a Gadir, lo primero, mandar a los siervos con la carga al Herakleion, y ahí después de descansar y prepararse para el día que estaba próximo, el día más largo del año y la noche más corta para la destrucción de los males, un día mágico, los gaditanos, las gentes del pueblo estarían de fiesta en los alrededores con hogueras, las autoridades estarían en la procesión al día siguiente y harían banquetes en sus casas.

Pero dentro del Templo, los maestros de los misterios, que eran tres, uno de ellos Zenon, cada uno de ellos con su sucesor, uno de ellos Hiram, durante el día y la noche harían una ceremonia, no la de todos los años, sino aquélla para la que Hiram se había preparado con su abuelo durante años y que no olvidaría jamás, un rito que solo se hacía cada mil años.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La partida

En toda travesía hay peligro, cruzar el mar no es algo permitido a todos los hombres, en cualquier momento, algún dios puede querer jugar con el destino de los embarcados, por eso Zenon, que llevaba preparando este viaje meses había realizado todas las ofrendas, todos los sacrificios, todas las oraciones, pero a veces los dioses, se volvían contra los suyos por capricho, ninguna empresa es segura en la vida de un mortal, eso lo sabía bien. Y ningún mortal, ni el más querido por los dioses tenía asegurado el éxito.

A veces, mientras ultimaba los preparativos pensaba que toda su vida se justificaba por la misión que tenía entre manos, otras, pensaba que quizá no era él quien debía realizarla y que una señal le liberaría de su carga, aunque no hubo tal señal, a decir verdad, no la esperaba, solo era miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a no conseguir su propósito, miedo a abandonar su tierra a la que tanto quería, que aunque no era su primer viaje, si hacía mucho tiempo, que no salía de su Templo, del que era encargado, donde se guardaban todos los conocimientos que las generaciones que le habían precedido habían acumulado, y eso eran muchas vidas, mucha sabiduría en artes, en ciencias, en filosofía, en historia,...

Cuando preparas una misión tan importante, no puedes confiar en nadie, no puedes despedirte de nadie, muy pocos están al tanto, por eso cuando partieron de Cartago, salieron del puerto militar custodiado por hombres a los que les está vetado el porqué, simplemente son guardianes del deber, compartimentado, sujeto con disciplina y con castigo, con fidelidad y con confianza en sus jefes, y bajo la protección de la diosa, todo había salido bien.

jueves, 30 de abril de 2009

Zenon, el bibliotecario

Zenon, era un hombre mayor, rondaría los cincuenta años, tenía una larga barba blanca e iba vestido con su túnica púrpura, con sandalias, llevaba colgado al cuello en forma de pectoral una representación muy antigua de la diosa Astarté, con él viajaban muchos de sus criados y su nieto Hiram, en una nave rumbo a Gadir, apoyado en cubierta, en su mano derecha lucía un anillo de oro, con un sello también de la diosa, lo que acreditaba su categoría social, su origen, había embarcado en el puerto de Cartago, ese maravilloso puerto circular, con una isla en medio, era el puerto militar, pero una dignidad como Zenon y la importancia de la carga que transportaba justificaban su utilización, en otras circunstancias, toda la ciudad hubiera ido a despedirle, pero los tiempos habían cambiado, eran tiempos difíciles y la discreción era necesaria.

El barco en el que viajaban era una nave de carga, tenía de eslora, desde la proa hasta la popa, unos 8,10 metros, una manga de 2,25 y un puntal aproximado de 1,10, las cuadernas eran higuera, cosidas con fibra vegetal con las tracas de pino que forman el casco que están unidas por un sistema de espigas y se empleó una fibra vegetal para calafatear las juntas, era una nave tradicional, construida a la antigua, porque este viaje, había seguido unas instrucciones muy exactas, preparadas para la ocasión, sin excesos decorativos de otras naves, al contrario, pero todo lo que se había hecho era un ritual, tan calculado como cuando se hace una ceremonia religiosa o se prepara una batalla.

Las velas estaban extendidas y recogían el viento, el céfiro, el viento del sur, que hacía cortar el mar como una cuchilla, llevaban el sol a la espalda, estaba amaneciendo, pero los marineros y los criados ya estaban todos en sus puestos, en silencio, conscientes de la importancia de la misión para la cual habían sido elegidos.