miércoles, 13 de mayo de 2009

La travesía

Los marineros obedecían las órdenes del patrón, Muttinus, un viejo lobo de mar, el más experto, y pese al oleaje, pese al viento, el barco avanzaba, siguiendo su rumbo.

Los fenicios eran los herederos de una larga tradición de navegantes, conocedores de la navegación de altura, es decir, la navegación nocturna en mar abierto. Para este viaje la distancia serían unas 500 millas, unos siete días con sus noches navegando, algo normal para los marinos, pero que hacía a los demás ocupantes del barco estar en un estado de malestar constante, con las caras color ceniciento, sin hambre, casi sin moverse la mayor parte del tiempo.

Solo Zenon, aguantaba en perfecto estado, así que mantenía largas charlas con el capitán Muttinus, amigo suyo desde su primer viaje a Tiro, que realizó cuando era tan joven como su nieto, cuando Muttinus, no era más que aprendiz de piloto.

Intercambiaban palabras de experiencia, hablaban del mar, hablaban de la vida, de la situación actual, de los viajes de sus antepasados, a veces, muchas veces, permanecían horas en silencio, mirando el horizonte, sabiendo que el porvenir era corto y estaba cerca, también sabedores que llegar a sus años era un regalo de los dioses.

En un momento, retirado con su nieto, Zenon comenzó a contarle qué debían hacer al llegar a Gadir, lo primero, mandar a los siervos con la carga al Herakleion, y ahí después de descansar y prepararse para el día que estaba próximo, el día más largo del año y la noche más corta para la destrucción de los males, un día mágico, los gaditanos, las gentes del pueblo estarían de fiesta en los alrededores con hogueras, las autoridades estarían en la procesión al día siguiente y harían banquetes en sus casas.

Pero dentro del Templo, los maestros de los misterios, que eran tres, uno de ellos Zenon, cada uno de ellos con su sucesor, uno de ellos Hiram, durante el día y la noche harían una ceremonia, no la de todos los años, sino aquélla para la que Hiram se había preparado con su abuelo durante años y que no olvidaría jamás, un rito que solo se hacía cada mil años.

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