miércoles, 6 de mayo de 2009

La partida

En toda travesía hay peligro, cruzar el mar no es algo permitido a todos los hombres, en cualquier momento, algún dios puede querer jugar con el destino de los embarcados, por eso Zenon, que llevaba preparando este viaje meses había realizado todas las ofrendas, todos los sacrificios, todas las oraciones, pero a veces los dioses, se volvían contra los suyos por capricho, ninguna empresa es segura en la vida de un mortal, eso lo sabía bien. Y ningún mortal, ni el más querido por los dioses tenía asegurado el éxito.

A veces, mientras ultimaba los preparativos pensaba que toda su vida se justificaba por la misión que tenía entre manos, otras, pensaba que quizá no era él quien debía realizarla y que una señal le liberaría de su carga, aunque no hubo tal señal, a decir verdad, no la esperaba, solo era miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a no conseguir su propósito, miedo a abandonar su tierra a la que tanto quería, que aunque no era su primer viaje, si hacía mucho tiempo, que no salía de su Templo, del que era encargado, donde se guardaban todos los conocimientos que las generaciones que le habían precedido habían acumulado, y eso eran muchas vidas, mucha sabiduría en artes, en ciencias, en filosofía, en historia,...

Cuando preparas una misión tan importante, no puedes confiar en nadie, no puedes despedirte de nadie, muy pocos están al tanto, por eso cuando partieron de Cartago, salieron del puerto militar custodiado por hombres a los que les está vetado el porqué, simplemente son guardianes del deber, compartimentado, sujeto con disciplina y con castigo, con fidelidad y con confianza en sus jefes, y bajo la protección de la diosa, todo había salido bien.

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